Unos auriculares con orejeras muy grandes que se enchufaban al equipo de música, con un diseño que
no se parecía en nada a los otros objetos que había en su casa.
Quien trae el recuerdo de su infancia temprana es Analía Kalinec (42), hija desobediente de Eduardo Emilio Kalinec –alias ‘Dr. K’- condenado
en 2010 a prisión perpetua por secuestros, torturas y homicidios cometidos en
los centros clandestinos de detención Atlético, Banco y Olimpo que funcionaron en
Argentina durante la última dictadura cívico-militar (1976-1983).
“Mi papá participaba en los secuestros y evidentemente traía algunos objetos a la casa como botín de
guerra”, cuenta Analía a El Teclado.
“Recuerdo que en ese momento le pregunté qué era eso y me dijo que se lo había prestado un amigo. Cuando le comenté que por qué no se lo devolvía, me contestó: ‘porque nunca me lo reclamó’. Yo era muy chiquita pero ya en ese momento percibí el cinismo en su respuesta”, dice.
También tiene grabados algunos comentarios de su madre. 'Otra vez vino ese Turco a buscarte', solía decirle a su padre. Analía estima que se refería a Julio Simón -alias 'Turco Julián'- un represor famoso por su ferocidad en las salas de tortura y por reivindicar la dictadura en sus declaraciones públicas.
"En ese círculo se movía mi papá", asegura.
Hoy Analía es madre de dos adolescentes, es psicóloga,
docente y estudiante de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (UBA).
En 2017 fundó junto a otras 5 personas el colectivo
Historias Desobedientes, una agrupación que reúne a familiares de represores
que cometieron crímenes en la última dictadura y el año pasado publicó el libro
“Llevaré su nombre: la hija desobediente de un genocida” (Marea editorial).
Analía nació en 1979 y creció ignorando que su padre era un torturador.
Recién a sus 25 años, luego de la declaración de
‘inconstitucionalidad’ de las ‘Leyes del Perdón’ por parte de la Corte Suprema de
Justicia y la consiguiente reapertura de los juicios a los militares empezó a
cuestionar y a cuestionarse los mandatos familiares.
Y sobre todo a empezar a descifrar la figura compleja de su
padre, un hombre que, de pequeña, podía ponerle apodos cariñosos y contarle
cuentos pero que también podía convertirse un ser siniestro frente a sus víctimas.
- A diferencia de
Mariana Dopazo, la ex hija del torturador Miguel Etchecolatz –así se define
ella- que se cambió el apellido, vos no sólo decidís seguir llevando el de tu
padre, sino además destacarlo de alguna manera en el título de tu libro.
- Sí, eso tiene que ver más que nada con un posicionamiento
subjetivo, y esto lo hablé mucho con Mariana. Llevaré su nombre es ‘llevo esta
historia’, es la historia que me tocó y desde ese lugar me paro y trato de
hacer algo distinto. A ella su apellido le significó un estigma social; a mí
eso no me pasó porque a mi papá no lo conocía nadie, era un oficial joven
durante la dictadura. Cuando mi papá quedó preso en 2005, con las primeras
notas en los diarios, yo empecé a experimentar cierta vergüenza de que alguien
me reconociera por el apellido. No obstante, cuando empecé a hacer público mi
testimonio siempre lo hice desde este lugar. Trabajé mucho en terapia esto de
asumir mi apellido y ver que, en tal caso, si alguien deshonró a la familia fue
él, el que se tendría que cambiar el apellido es él. Y también a diferencia de
lo que relata Mariana, que se encerraba con su hermano a rezar pidiendo que el
padre no llegara a la casa, yo tuve un vínculo de mucho afecto con mi papá.
- ¿Eduardo fue un padre
cariñoso?
- Creo que más bien se esforzaba por ser cariñoso, no sé si lo
era naturalmente… pero en última instancia rescato eso, que buscaba cuidar
ciertas formas. Mi familia era como la imagen de la familia Ingalls: un papá
policía que trabajaba, que cuidaba que a sus hijas no les faltara nada y una
mamá en casa que todo el tiempo reivindicaba a ese padre.
Analía es la segunda de 4 hijas, todas nacidas durante la última dictadura.
Siempre recuerda que, de muy chica, escuchaba con atención
un cuento que su papá solía repetirle, la historia de “Colita de algodón”, un
conejito que, por desobedecer a su madre, se cayó y se lastimó.
Por trasgredir las reglas familiares, a Analía su padre le
inició un juicio: en 2019, desde la cárcel, presentó una demanda para
declararla ‘indigna’ –una figura contemplada en el Código Civil y Comercial de
la Nación- y de esta manera evitar que herede a su madre Ángela Fava, fallecida en 2015.
La demanda, que es acompañada por sus dos hermanas menores, se encuentra en la etapa final: el mes pasado se presentaron los alegatos finales así que sólo queda esperar la decisión de la jueza que lleva la causa.
Analía estima que su padre -hoy de 70 años- está muy cerca
de las salidas transitorias, si no las está realizando ya.
De lo que no duda es de que Eduardo Kalinec tiene información
precisa sobre el destino de muchas personas desaparecidas y de los nietos robados
que siguen buscando las Abuelas de Plaza de Mayo.
- ¿Cómo era tu relación
con tu mamá en la etapa final de su vida?
- Yo me distancié de mamá a partir de una carta que escribí en
2008 y que ella me contestó. Después me hizo una serie de reproches pero nunca
cortamos la relación, incluso siguió viendo a mis hijos, aunque nunca fue lo
mismo. Un día me dijo, literalmente, ‘pongamos un manto de piedad sobre este
tema’, como para que tapemos todo esto, no hablemos más y sigamos para
adelante. La relación obviamente que se quebró, pero en sus últimos años –ella
murió muy joven, con 57 años, producto de un cáncer- yo estuve con ella: con
mis hermanas nos turnábamos para ir a cuidarla, llevarla al hospital, quedarnos
con ella cuando estuvo internada. Estuve con ella hasta el último día. A
nuestra manera, y pese a nuestras diferencias, nos pudimos decir que nos
queríamos.
- En tu libro
publicaste material íntimo y personal, como e-mails y cartas de integrantes de
tu familia, ¿sabés como lo recibieron?
- No lo sé, porque no me hablan. Por mucho menos me hicieron
una denuncia, así que creo que mucha gracia no les debe haber causado. Pero
publicar ese material fue toda una decisión y siempre estuve segura de poner al
descubierto este entramado de secretos y silencios familiares.
- ¿Sabés si tu papá
leyó tus libros?
- No sé, intuyo que sí pero no me consta.
- Naciste en plena
dictadura, en una familia con un padre genocida, ¿nunca tuviste dudas sobre tu
identidad?
- No, la verdad que no. De hecho mi hijo menor, de 14 años, me
lo planteó una vez pero no tengo dudas de que soy hija biológica, de que las 4
somos hijas biológicas. La historia clínica de mi mamá fue investigada porque
mi papá estuvo en todo el circuito represivo y muy vinculado al robo de bebés,
y allí constan sus embarazos y partos.
- ¿Cómo fue el proceso
de ‘salir de la burbuja’, como vos lo denominás?
- El advenimiento de los Juicios y que mi papá quede preso fue un punto de inflexión, sumado a un recorrido personal que empezaba a hacer y que también me alejaba de esas formas endogámicas que había incorporado en la familia primaria. Algo de ahí obviamente no me cerraba, por eso elijo vincularme afectivamente con alguien muy distinto de mi casa, que venía de una familia anarquista; elijo estudiar en la universidad pública y me enamoro de ese lugar. Digo esto porque mis hermanas más chicas también iniciaron sus estudios en la UBA y no pasaron del CBC, decidieron que ése no era su lugar y se fueron a la Facultad de la Policía. Hubo algo que a mí sí me conmovió y me alojó, y por eso yo seguí un recorrido distinto. Mi familia era muy controladora, yo no podía ir a dormir a la casa de mis amigas ni ellas a la mía, no podía ir a determinados cumpleaños, había un control muy estricto y cuando empecé a crecer y a estudiar en la Facultad empecé al mismo tiempo a escapar de esas posibilidades de control.
- ¿Perdonarías a tu
padre si él te lo pidiera?
- Yo no siento que sea a mí a quien tenga que pedirle perdón, en todo caso tendría que pedírselo a sus víctimas. Nuestro distanciamiento es irreconciliable en la medida en que él siga generando daño. Hay una imposibilidad de encuentro en el vínculo padre-hija que él no tiene ningún interés de retomar y yo estoy muy lejos de considerar. Además entiendo que no se arrepiente de nada; al contrario, creo que se reafirma cada vez más en su posicionamiento, sigue pensando que está injustamente preso y que fue una guerra, que él defendió a la Patria. No dimensiona el daño que generó y que sigue generando con su silencio. [El Teclado].
El trabajo del colectivo Historias Desobedientes se
materializó en 2018 en ‘Escritos desobedientes. Historias de hijas, hijos y familiares
de genocidas por la memoria, la verdad y la justicia’ (Marea Editorial), un
libro que reúne textos de 18 autores.
La agrupación creada en mayo de 2017 luego de la marcha multitudinaria a Plaza de Mayo para protestar contra el intento de la Corte Suprema de la Nación de aplicar el beneficio del 2×1 a presos por delitos de lesa humanidad, convocó en principio a hijos e hijas de represores pero de a poco fue sumando a nietos, nietas y otros familiares de genocidas que cometieron crímenes durante la última dictadura cívico-militar.
Recientemente, integrantes de ese Colectivo viajaron a distintos países de Europa para ponerse en contacto con familiares de otros genocidas comprometidos con los Derechos Humanos.