“El 25 de noviembre cumpliría -o cumple, no sé en qué tiempo decirlo- 93 años”. Rubén Eduardo López (57) habla con la incertidumbre propia de los familiares y amigos de desaparecidos, que se debaten entre la esperanza de encontrar a la persona querida y el desánimo que produce el paso del tiempo. En este caso, ya son 16 años.
Rubén es el hijo mayor de Jorge Julio López. Vive en Berisso, es carpintero y el 18 de septiembre de 2006 su vida dio un giro cuando su padre, querellante y testigo en el juicio contra el genocida Miguel Osvaldo Etchecolatz, desapareció por segunda vez.
Él, que nunca había militado, tuvo que salir a la calle –como las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo- y constituirse como un sujeto político.
En ese camino, creó en 2014 la Fundación Construyendo Conciencia’, una organización sin fines de lucro que busca promover la participación social y concientizar sobre el respeto a los derechos humanos. En este momento, por ejemplo, un equipo de la ONG está realizando las maquetas de ex centros clandestinos de tortura y detención -actuales sitios de memoria- de la provincia de Buenos Aires. “No pude ponerle a la Fundación el nombre de mi viejo porque no está él para asentir pero tampoco tengo un certificado de defunción con su nombre”, cuenta Rubén a El Teclado.
- ¿Cómo está la causa por la segunda desaparición de tu padre?
- Si hablamos en términos jurídicos, la carátula es ‘presunta desaparición forzada de persona’. Según me explicaron, eso no se va a modificar hasta que no aparezca una prueba o un testigo que pueda determinar, con su testimonio, el cambio de carátula a ‘desaparición forzada’, que es lo que yo quisiera. Y, lamentablemente, desde hace un tiempo la causa no ha avanzado. La última vez que estuve con el fiscal Hernán Schapiro nos contó todo lo que habían hecho en la pandemia; también contó que están revisando las llamadas telefónicas de aquel 18 de septiembre de 2006, algo que me parece que no tiene sentido.
En este momento estamos esperando que se termine la investigación con respecto a los cuerpos de personas no identificadas -comúnmente llamadas NN- encontradas en los cementerios de la provincia de Buenos Aires, sobre todo en el de La Plata, que está a 4 cuadras de la casa de mi viejo. Es un relevamiento a cargo de la Fiscalía y del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), en quienes confío plenamente.
El cotejo se hace con las huellas dactilares que hay de mi viejo, pero yo fui muy claro: no creo que hayan sido tan impunes de enterrar un cuerpo NN con las huellas dactilares de mi viejo. La única forma de verificar es exhumar esos cuerpos, determinar de quiénes son y hacer los estudios de ADN.
- ¿Cuántas tumbas NN hay?
- Sólo en el cementerio de La Plata hay 66 tumbas registradas como NN; en el resto de los municipios hay más. Yo me permito llamarla ‘persona no identificada’ y no NN porque esa sigla, que significa ‘No Name’ en inglés (‘sin nombre’ en español) -Natalia Natalia en la jerga policial- ningunea a esas personas. Nosotros no sabemos su nombre pero no es que no lo tenga. El problema es de los Estados -nacional, provincial o municipal- que no pueden identificar a esa persona.
El 18 de septiembre de 2006, Jorge Julio López, albañil de 77 años, tenía planeado participar de los alegatos en el juicio que terminó condenando al ex director de Investigaciones de la Policía Bonaerense, Miguel Osvaldo Etchecolatz, a prisión perpetua por crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico-militar (1976-1983).
Según lo acordado, un sobrino pasaría a buscarlo alrededor de las 8 por su domicilio en Los Hornos para acompañarlo a la sala de audiencias montada en el Salón Dorado de la Municipalidad de La Plata (calle 12, entre 51 y 53). Pero su hijo menor, Gustavo, se levantó a las 7 de la mañana y ya no lo encontró en su casa.
“Nosotros no militábamos, no entendíamos qué podría haber pasado, pensamos que le había pasado algo físico o mental, que ‘se le había saltado la térmica’, como decimos en el barrio”, explica Rubén.
“Por eso durante los primeros meses lo buscamos en los hospitales, pensando que había perdido la memoria. Con el tiempo cambiamos esa idea y entendimos que de alguna manera alguien logró sacarlo de la casa”, agrega.
Las cámaras de seguridad callejeras, hoy tan frecuentes en las grandes ciudades, no lo eran tanto en La Plata en 2006.
Rubén dice que “la cámara más cercana estaba afuera del Banco Provincia de 66 y 137. Y no recuerdo bien si es que no funcionaba o estaba enfocada hacia el interior del Banco, entonces no captó lo que necesitamos, no tenemos registro fílmico. Porque hay testigos que lo vieron esa mañana caminando por la zona”.
Jorge Julio López -militante peronista- había sido secuestrado por primera vez el 27 de octubre de 1976. Un grupo de tareas lo sacó de su casa durante la madrugada y lo mantuvo 6 meses detenido-desaparecido.
En abril de 1977 fue “blanqueado” -puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional- y pasó los siguientes 2 años y 3 meses preso en Unidad Penitenciaria Nº 9 de La Plata. Su esposa Irene Savegnano iba a visitarlo al penal todas las semanas; los hijos, cada 15 días.
- ¿Qué recuerdos tenés de la primera desaparición de tu padre?
- Yo tenía 11 años. Recuerdo cuando rompieron la puerta, entraron a las patadas y trajeron a mi mamá a nuestra habitación, la que compartía con mi hermano Gustavo. Lo vimos pasar a mi viejo con las manos atrás, en calzoncillos y camiseta. No tengo bien en claro si ya tenía el pullover puesto de capucha, o no. A los tipos les vimos las caras pero no puedo recordar cómo eran. Antes de irse, uno se acercó a la puerta de nuestra habitación y nos ordenó que nos diéramos vuelta y mirásemos la pared. Después nos dormimos y cuando despertamos no entendimos mucho qué había pasado, no éramos conscientes de la situación, como sí podría serlo hoy un chico de esa edad. Éramos medio ‘papanatas’.
- ¿En tu casa se hablaba de política? ¿Sabías que tu padre militaba?
- Sabíamos algo, pero no se hablaba mucho antes de la desaparición, y después menos. Sí tengo recuerdos de que en mi casa había boletas en un cajón de verduras de lo que había sido la elección que ganó Perón –en septiembre de 1973- y que en un momento mi viejo dijo que había que sacarlas. Insisto: no hablaban delante nuestro y no nos comunicaban lo que hacían.
-¿Cómo fue el regreso del cautiverio de tu padre? ¿Habló con ustedes sobre lo que vivió?
- No nos contó mucho, sabíamos lo que había pasado pero en la casa de mis viejos no se preguntaba sobre el tema, supongo que por los mismos traumas que nos generó todo aquello. Con el tiempo nos contó algunas cosas a nosotros, otras a algunos primos.
Cuando escuchamos todo el testimonio aquel 28 de junio de 2006 entendimos su necesidad de ir al juicio. Mi vieja no quería que fuera porque entendía que algo le podía pasar, y tenía mucha razón evidentemente. Y también tenía mucha razón mi viejo en ir al juicio: quería contar lo que había visto por sobre lo que había sufrido. Él fue uno de los pocos sobrevivientes que pudo dar fe.
El ‘Pozo de Arana’ fue Centro Clandestino de Detención y Exterminio, allí no sólo se torturó sino que se asesinó, y mi viejo fue testigo de todo eso. En mayo de este año Etchecolatz fue condenado junto con el ex policía Julio César Garachico por aquel testimonio de mi viejo sobre 7 casos muy puntuales, de los cuales 3 asesinatos fueron vistos por mi viejo.
- ¿Lo seguís esperando?
- Siempre tenemos la sensación de espera pero ahora también tenemos que ser realistas: mi viejo estaría cumpliendo 93 años en noviembre, y no sabemos en qué circunstancias. Mi vieja falleció el 31 de octubre de 2017, sin saber qué pasó. Lo que sí queremos con mi hermano y el resto de mi familia es encontrarlo y poder empezar el duelo, si es lo que vamos a tener que hacer. La esperanza de encontrarlo nunca la vamos a perder pero encontrarlo con vida es más difícil. [El Teclado].
El último 2 de julio Miguel Etchecolatz murió a los 93 años. Estaba preso en la Unidad 34 de Campo de Mayo, condenado 9 veces a prisión perpetua por crímenes de lesa humanidad.
Rubén López dice que la muerte del genocida le produjo “una sensación extraña”.
“Lamento su muerte -reconoce- pero no porque tenga empatía con esa persona –aunque tampoco me causó alegría, aclaro- sino porque se llevó muchos secretos, secretos comprobados, como el destino de los cuerpos de detenidos-desaparecidos que él mismo torturó y ordenó torturar en varios centros clandestinos. Y también dónde está Clara Anahí Mariani: nosotros tenemos la certeza de que él fue quien la sacó de la casa de la calle 30 junto con su chofer”.
“También suponemos que pudo, de alguna forma, haber sido el instigador o haber tenido datos de que lo es esta presunta –para ser correcto- segunda desaparición forzada de mi padre”, asegura.
Mañana a las 16, en un acto que encabezará el secretario de Derechos Humanos de la Nación Horacio Pietragalla Corti, una de las salas de la ex ESMA será bautizada con el nombre de Jorge Julio López.