Una noche de 2017,
mientras acompañaba a su hermana mayor en la clínica en la que le extrajeron un
tumor de mama, Natalia Sandler (40) se palpó por curiosidad y encontró un bulto
que no se movía en el pecho derecho.
Una dureza en la axila
derecha que no se retiraba mientras estaba amamantando alertó a Guadalupe Russo
(40).
Una “piedrita en la
teta izquierda” que crecía con el correr de las semanas llevó a Ángeles Alemandi (41) a cuestionar a su médica de cabecera y realizar una segunda consulta.
Tres mujeres de
distintas geografías, con distintos recorridos, pero con algo en común: las
tres se detectaron un bulto en el pecho y realizaron la consulta médica
oportuna. Las tres, también, tenían menos de 40 años cuando les diagnosticaron
cáncer de mama, el tumor más frecuente entre las mujeres, aquel que 1 de cada 8
tendrá a lo largo de su vida.
Fabiana Marmissolle,
integrante de la Sociedad de Cancerología de La Plata, considera que es muy
importante que cada mujer conozca las formas, color y textura de sus mamas.
En ese sentido,
recomienda el autoexamen mamario desde la llegada de la primera menstruación,
siempre en el momento del mes en el que se ha retirado el período. “Si una
aprende a tocarse la mama va a reconocer las irregularidades habituales y estar
atenta para lo nuevo que aparece”, argumenta la especialista y consultora en
Oncología a El Teclado, y sugiere prestar atención a “un bulto en la mama o
algo que molesta cuando se cierra la axila”.
Además, agrega que
“alrededor de un 80% de los nódulos que aparecen en la mama son benignos, pero
para eso es necesario que un profesional la revise y evalúe con estudios”.
En paralelo -señala-
es fundamental realizar una consulta ginecológica periódica desde la
adolescencia y una mamografía por año a partir de los 40, que es cuando “la
curva del cáncer realmente empieza a subir”, sostiene.
Y alerta que “tocarse
un nódulo es tardío. Los estudios demuestran que el tamaño promedio en el
que una mujer se auto-detecta el cáncer de mamas es en general en el tamaño de
una nuez o una almendra, y eso ya es 1,5 ó 2 centímetros”.
“El tamaño en el momento de la detección se comporta como un factor pronóstico para la posibilidad de curarse pero también para toda la batería de tratamientos que una se tiene que hacer”, explica.
La noche en que Natalia
Sandler se palpó el nódulo en el pecho no le dijo nada a su familia, pero al
día siguiente pidió un turno con el ginecólogo de la clínica en la que habían
operado a su hermana.
Después de todos los
estudios de rigor, llegó el resultado: “tenía el mismo tipo de tumor que mi
hermana: era un caso de bajo riesgo y estaba agarrado a tiempo”, cuenta
Natalia, que vive en Trelew y trabaja en el área de prensa del Ministerio de
Salud de Chubut.
Por eso luego de la
operación, en la que sólo le extrajeron el tumor, tuvo que realizar
radioterapia y un tratamiento hormonal, sin quimioterapia.
Hoy Natalia es mamá de
Elián, de 5 meses, un bebé muy deseado que se alimenta exclusivamente de
teta.
“Siempre leí y me
informé mucho acerca de la posibilidad de que el cáncer vuelva. Luego de
hacerme un montón de controles, que me dieron bien, y con el apoyo de mi
oncólogo y mi ginecólogo, decidí buscar un embarazo”, relata a El Teclado.
Su hermana -aquella a
la que acompañaba post-cirugía- también se curó de la enfermedad.
“Detectado a tiempo, el cáncer de mama tiene 95% de probabilidades de curación”, asegura Fabiana Marmissolle. “Y después de todo ese proceso hay una vida: se puede tener hijos, se puede emprender un proyecto laboral, se puede incluso ‘dinamitar’ lo que se hizo hasta ese momento y empezar algo de cero. Como toda enfermedad que te confronta con la posibilidad de la muerte, te da una oportunidad”, remarca la médica.
La lactancia es, como
la menarca tardía y la menopausia temprana, uno de los factores hormonales que
protegen a las mujeres contra el cáncer de mamas. Pero, como todos, no es
infalible.
Cuando a principios de 2021 Guadalupe
Russo, trabajadora de PAMI y guardavidas de la ciudad de Ayacucho (provincia de
Buenos Aires) se palpó un bulto en la axila derecha, pensó que podría ser un
conducto tapado y el inicio de una mastitis, ya que estaba amamantando a su
beba de un año.
Pero las semanas
pasaban y la dureza seguía ahí: “Cande tomaba un montón de la mama derecha,
entonces me di cuenta de que no era algo vinculado a la lactancia. No me dejé
estar y le consulté a mi ginecóloga, que es una genia y abrió el consultorio el
viernes 9 de julio, que era feriado, convencida de que lo mío era otra cosa”, dice
a El Teclado.
Su bisabuela y su abuela habían tenido cáncer de
mamas, así que creció sabiendo que debía controlarse.
Ese feriado, la médica
la palpó y la mandó a hacer una ecografía. Como los resultados no fueron
buenos, siguieron los análisis de rutina en estos casos y unas semanas después,
en lo que define “el peor mes de mi vida”, llegó la confirmación: carcinoma
ductal invasor - Her2 positivo.
Guadalupe asegura que la primera pregunta que se hizo
fue “¿por qué no a mí?” y que eso cambió por completo su mirada hacia el
tratamiento.
“El 3 de septiembre, un día después que naciera mi primer ahijado y segundo sobrino, estaba empezando mi primera sesión de
quimioterapia”, recuerda. Fueron 6 sesiones en total, una cada 21 días, para
tratar de reducir el tumor.
Finalmente, en enero
de este año le practicaron la cirugía en La Plata: le realizaron una
cuadrantectomía y le extrajeron el ganglio centinela, aquel en el que se había
encontrado la dureza, y -por prevención- le sacaron 3 ganglios más de la axila.
“Cuando entrás al
quirófano firmás un consentimiento informado que dice que si lo que encuentra
el patólogo en ese momento es malo, te sacan toda la mama. O sea que vos firmás
que podés dormirte con la teta puesta y despertarte sin la teta”, relata.
Después vinieron las
20 sesiones diarias de rayos y la terapia hormonal. Guadalupe cuenta que tuvo
que hacer varios duelos: por quedarse pelada, “en todo el cuerpo literal”, y
por “tener que destetar a Candelaria de manera intempestiva”.
Hoy, mientras continúa con el tratamiento hormonal, apunta a la concientización sobre la enfermedad. “Muchas veces creemos que somos jóvenes e inmortales y no nos hacemos los controles, pero en este tiempo yo vi muchas, pero muchas, chicas de 25, 30 años con cáncer de mamas”, destaca.
En abril de 2013, cuando se encontró “una piedrita en
la teta izquierda”, Ángeles
Alemandi -periodista y escritora- tenía 32 años, un bebé de un año y estaba por
mudarse desde la Ciudad de Buenos Aires a General San Martín, un pueblo de la
provincia de La Pampa.
Su ginecóloga de cabecera le restó importancia: lo atribuyó a que hacía pocos meses que había dejado de amamantar, le indicó algunos estudios, le dijo que los resultados habían salido bien y que debía volver a controlarse en 6 meses.
“Pero apenas pasados
los 3 meses, tuve la seguridad de que lo que sentía era que esa piedrita
crecía”, relata Ángeles, editora del portal ‘En Estos Días’ de la Fundación de Periodismo Patagónico.
Su mamá había tenido
cáncer de mamas siendo muy joven, y eso la marcó. “Atendí mucho mi cuerpo en
relación a esa experiencia de mi mamá. Me hacía el autoexamen intuitivamente,
sin tener conciencia de que eso era un autoexamen”, recuerda ante la consulta
de El Teclado.
Ya instalada con su familia en La Pampa, consultó con otros profesionales y los estudios le dieron la razón. “Mi médico decía que el tumor tenía todas las características de un ‘tumor inquieto’, de esos que se empiezan a mover en el cuerpo. Incluso, habiendo pasado poco tiempo, ya tenía las glándulas de las axilas tomadas”, explica.
Ángeles no pretende dar cátedra: es consciente de que a ella le tocó el cáncer de mamas pero que "a todo el mundo le pasa algo tremendo en la vida". “Sí creo que es clave conocer nuestro cuerpo y estar atentas a las señales que nos da, no dejarse estar ni pensar que todo es emocional o producto del estrés”, asegura.
A los 15 días del
diagnóstico ya había empezado con la quimioterapia; le siguió una mastectomía
bilateral y sesiones de rayos.
En 2020 publicó el libro “Rally de santos”, una crónica de 144 páginas en la que cuenta con humor cómo fueron esos 9 meses de tratamiento.
Hoy, a casi una década de esa experiencia, está convencida de que más allá de las voluntades individuales -tocarse, hacerse los estudios- es fundamental que el Estado lleve adelante campañas de concientización con acciones concretas.
“Creo que estas
‘campañas rosas’ contra el cáncer tienen que estar acompañadas de políticas
públicas. Tenemos que tener acceso a mamógrafos, que las mujeres puedan
realmente hacerse estos estudios, porque, si no, es todo maquillaje”, piensa.
Como en cada experiencia de la vida, la manera de transitar esta enfermedad es única e individual.
Natalia sostiene que
atravesar el cáncer le cambió, para bien, la relación con su cuerpo: “antes del
diagnóstico era hipocondríaca y tenía muchos síntomas de ansiedad, así que
durante mucho tiempo -primero por el miedo y luego por la enfermedad real- me
relacioné con mi cuerpo desde el sufrimiento. Siento que recién ahora, después
de mucho tiempo, puedo disfrutar de mi cuerpo y experimentarlo desde el
bienestar y la salud”, asegura.
Ángeles, por su parte,
dice que el cáncer acentuó sus temores en relación a las enfermedades. “El
tumor desapareció pero hay que convivir con ese fantasma de que sos paciente
oncológica el resto de tu vida, de que tenés que hacerte controles en forma
permanente”, afirma, y se ríe: “después de esto, me pasaría por un escáner a
cada rato; me duele algo y ya quiero que me hagan una endoscopía”.
En algo coinciden: esta
experiencia las llevó a valorar lo cotidiano, lo pequeño de la vida.
“Dejé de ver problemas
donde no los hay”, dice Natalia. “Hoy relativizo mucho todo. Vista desde afuera
puedo parecer poco involucrada, pero sé que hay cosas más importantes, aunque
parezca una frase hecha, como mi salud y la de quienes me rodean”, agrega.
Ángeles acota que ahora le da más importancia a "las pequeñas cosas", como “escuchar los pajaritos cantando en el árbol de mi patio y salir a andar en bicicleta con mi hijo". "La vida es ahora todo el tiempo”, define.
Hace unos días, Guadalupe contó su experiencia en
Facebook. En el tramo final de su mensaje, remarcó: “La diferencia siempre, siempre, va a estar en controlarse y hacerse los
exámenes pertinentes. Y si podés sumale un autocontrol, cuando te bañes,
cuando estés acostada... Miralas, tocate, palpalas. Creeme, hace la
diferencia”, escribió.
“Y si este post te llega en el momento en que lo estás atravesando, dejame decirte que te entiendo, que sé que no es fácil, pero que también sé que SE PUEDE. Metele para adelante!”, cerró. [El Teclado].