Emilce Moler (63) no
se acuerda muy bien de esa famosa marcha hasta el Ministerio de Obras Públicas
en La Plata por el boleto estudiantil. Dice que era un día templado, que ella
caminaba tranquila por la mitad de la columna… Y no mucho más.
Es más, siente que
los recuerdos de ese 1975 le llegan como en el juego de la rayuela: salta con
una pierna y aparecen imágenes de una movilización masiva en contra del
‘Rodrigazo’; salta a otro cuadrado y se encuentra con discusiones sobre la
lucha armada, con quiebres en sus creencias; en otro, hay peñas con los
compañeros.
La marcha por el
boleto -recuerda- volvió a aparecer en su memoria en 1985, durante el Juicio a
las Juntas, y lo hizo en la voz de Pablo Díaz, quien durante mucho tiempo fue
reconocido oficialmente como el único sobreviviente de la denominada “Noche de
los lápices”.
En 2020, Emilce
publicó “La larga noche de los lápices. Relatos de una sobreviviente” (Marea Editorial), un libro en el que cuenta sin romanticismos sus actividades como
militante entremezcladas con anécdotas más íntimas y cotidianas: los veranos en
Mar del Plata, los días presa en Devoto, el acompañamiento de sus hijos, los
discursos en los actos del 16 de septiembre, la tristeza por los indultos.
En el libro refiere
su propia versión, aquella que le fue negada a mediados de los ‘80, cuando la
historia oficial construyó un estereotipo de militante secundario bastante
edulcorada y su nombre -junto al de Patricia Miranda y de Gustavo Calotti- fue
borrado de la nómina de sobrevivientes de aquellas jornadas de secuestros de
estudiantes.
“Nos detuvieron
porque éramos militantes, no por el boleto estudiantil”, explica Emilce a El
Teclado.
- En el libro
asegurás que, en determinado momento, te empezó a molestar la historia del
boleto. ¿Te sigue molestando?
-Ya la fui asumiendo porque por suerte ya pasó mucho tiempo, hay una pluralidad de voces y una visión más amplia sobre el relato: ahora se habla de la detención de los estudiantes secundarios debido a su militancia, y no por una marcha por el boleto. Hay que entender el contexto político: en los años ‘85, ‘86, cuando salió el libro, nadie hablaba de la militancia de los estudiantes, era algo que la sociedad no podía escuchar. La historia así contada me perjudicaba y, en lo personal, me molestaba pero preferí postergarme y no ocasionar un daño político porque entendí que era una manera de entrar al tema. Siempre le reconocí al libro y a la película su efecto de divulgación. Hoy hago una analogía con “Argentina 1985”, una película que tiene muchas críticas, pero que me parece un punto de inicio para volver a abrir y recrear la temática, las voces y los contenidos, algo que creo que cada determinado tiempo hay que volver a hacer.
-¿Por qué quedaste
fuera de esa historia que se popularizó?
- Es muy largo de
explicar pero, básicamente, se produjo un desencuentro con los autores del
libro (María Seoane y Héctor Ruíz Núñez) y con el director de la película
(Héctor Olivera), producto de la mala comunicación y de la distancia. A mí me
agarró embarazada por segunda vez, con muchas dificultades para moverme,
viviendo en Mar del Plata, con un teléfono fijo que sonaba cada tanto. Era un
tema muy complejo como para manejarlo a la distancia y hubo malas
interpretaciones. Creo que hoy con las redes sociales y el WhatsApp lo
hubiéramos resuelto de otra manera.
- Imagino que
además te agarró con todo el dolor a flor de piel por lo reciente de los
hechos….
-Tal cual. Y sin
saber qué iba a pasar. Yo entendía que no se podía hablar de la militancia y de
las responsabilidades políticas, pero no estaba de acuerdo con no tocar esos
temas, me sentía traicionando mi historia y sobre todo la de los compañeros que
no estaban. Entonces decidí no participar. Pero ya está superado, hoy hay
pluralidad de voces y pudimos ensamblar todas las miradas que hay sobre ese
hecho.
“Yo era una piba
común y corriente, que tenía dudas, miedos, vergüenza, que no era la mejor en
muchas cosas”, dice Emilce para tratar de desmitificar la imagen del militante
de los ‘70 que abunda en el imaginario social.
“Parece como si
hubiéramos nacido con la hoz, el martillo y el bombo”, se ríe, y cuenta que
durante la época de estudiante secundaria nunca habló en una asamblea.
De madre ama de
casa y padre comisario, el suyo no fue un hogar peronista; mucho menos
revolucionario.
En la madrugada del
17 de septiembre de 1976, cuando fue secuestrada de su casa por un comando
identificado con el Ejército Argentino, Emilce tenía 17 años, cursaba el quinto
año en el Bachillerato de Bellas Artes de la UNLP y desde hacía varios meses
militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), una organización juvenil
de extracción peronista.
“Pero esta es una
nena”, dijeron los integrantes de la patota cuando la vieron, con su piyama a
rayas rosa y blanco, y casi se llevan a su hermana Analía, que tenía 22
años.
Emilce estuvo
detenida-desaparecida en 3 centros clandestinos -el Pozo de Arana, el Pozo de
Quilmes y la Comisaría de Valentín Alsina, en Lanús- hasta que en enero de 1977
pasó a disposición del Poder Ejecutivo Nacional y quedó presa -“legalizada”- en
la cárcel de Villa Devoto.
Salió en abril de 1978, a los 19 años, con un régimen de libertad vigilada, y se fue a vivir a Mar del Plata, con sus padres, porque los militares le prohibieron volver a La Plata. En esa ciudad -en la que tuvo 3 hijos y en la que todavía pasa largas temporadas- se convirtió en profesora de Matemática, doctora en Bioingeniería y magister en Epidemiología. También integró diversos organismos de derechos humanos y fue denunciante activa en los juicios contra represores.
#Argentina1985 pic.twitter.com/6bMDWkKHEU
— Emilce Moler (@EmilceMoler) September 30, 2022
- ¿En qué momento de tu vida sentiste la necesidad de contar tu versión de los hechos, tu historia?
- Durante los
últimos años tuve la necesidad de dejar algo escrito por mí, pero siempre
pensando en que lo iba a escribir otra persona. Los tiempos periodísticos son
cada vez más cortos, las comunicaciones son muy cortas, el WhatsApp, Twitter y
las redes sociales hacen que determinados temas tengan que ser tratados
superficialmente. Me ha pasado que me escriba un chico por Whatsapp: “señora,
¿me puede contar qué le pasó en la dictadura?”, y yo digo: “¿cómo hago?”. Yo
veo que las simplificaciones van cada vez más en detrimento de la complejidad
de los procesos y en realidad se necesita entender esa complejidad para
entender el presente, que no es una línea de Twitter y que también es complejo.
Entonces, por un lado, quería contar mi historia para que mis hijos cuenten con
un material que puedan seguir transmitiendo, con detalles, cuidado cronológico
y nombres de personas. Y, por el otro, quería contar mi vida para no caer en el
estereotipo de la militante heroica. Yo trato de demostrar que era una piba
común y corriente, que sacrifiqué una serie de cosas en función de la
militancia, de la política, de los otros y que estoy orgullosa de eso pero que
también tenía dudas, miedos, vergüenza, no era la mejor en muchas cosas. Con el
libro quise transmitir todo eso sin heroísmo, para mostrar a los pibes de hoy
que, independientemente de las circunstancias que les toque vivir -no tienen
que pasar por un horror como el que pasamos nosotros- se pueden convertir en
buenos ciudadanos.
- ¿Y cómo fue el
proceso de escritura?
- Primero intenté
escribir algo con un periodista pero no le encontramos el registro, así que
dejamos el proyecto. Luego empecé un taller de letras con Juan Carrá -un
excelente escritor- pero sin pensar en un libro. Yo sabía que quería contar mi
historia, pero no sabía cómo. Y Juan me fue guiando, el texto fue tomando una
densidad y un volumen que terminó convirtiéndose en un libro. Mis hijos, que
son bastante críticos, iban leyendo algunos textos y me decían que les parecían
interesantes. Y luego Martín Granovsky -que escribió un prólogo maravilloso- me
contactó con la editorial Marea.
- ¿Cómo fue
recibido el texto en tu familia?
- Muy bien. El
libro fue construido en conjunto con mis hijos, incluso algunos relatos tenían
2 ó 3 finales posibles y yo los hacía votar para ver cómo terminarlos. Aparte
se acordaban de muchas anécdotas que yo les fui contando. Mi hija Pilar, que
vive en La Plata, fue siempre muy partícipe de todas las marchas del 16 de
septiembre; me espera con un abrazo y unas pastillas de eucalipto cuando
termino cada charla. Mi hijo Joaquín, el más chico, también aparece en uno de
los relatos: protagonizó una historia medio tragicómica con un compañerito de
rugby porque llevó a casa al nieto de una persona que intervino en la
represión. Ahora es muy lindo ver a mis nietas: el otro día recibí un video de
mi nieta de 5 años que había ido a una librería y se había encontrado con mi
libro. Mi nieta de 11 años ya habló muchas veces del tema en la escuela y sus
amigos están esperando que algún día vaya “la abuela famosa”, como me
dicen.
-¿Tus hijos supieron desde siempre todo lo que viviste?
-Sí, yo en el año
‘87, ‘88, tuve que decidir si contar o no a mis hijos lo que había vivido. Cómo
les contás y hasta dónde, es un camino que tuvimos que abrir nosotros solos.
Hoy hay materiales explicativos, bibliografía, está el canal Paka Paka; los
chicos vienen con una simbología y con palabras que tienen todo un contenido:
ven una silueta y saben que es un desaparecido, ven un pañuelo y saben que son
las Madres y las Abuelas. Nosotros a todo eso lo tuvimos que construir.
- En otro capítulo
del libro te explayás sobre los 24 de marzo vacíos, con pocos manifestantes en
las calles, algo totalmente diferente a como se vive ese aniversario en la
actualidad, donde las marchas son masivas y se replican en distintos puntos del
país.
- Yo siempre digo
que el 24 de marzo es una fecha muy especial porque es el único feriado que se
conmemora en las calles, en los barrios, en sociedades de fomento, con murgas,
actos, además de las marchas. Pero no siempre fue así, y me interesaba
mostrarlo. Recuerdo particularmente un acto en Mar del Plata en el que le
pudimos al fotógrafo del diario ‘La Capital’ que sacara fotos a los globos
negros que tirábamos para arriba para que no se viera que éramos únicamente 20
personas. El pueblo argentino se apropió del aniversario y ése es uno de los
grandes logros de quienes nunca dejamos de militar. Y así son los procesos
históricos, muchas veces no van acompañados de nuestros gustos, son largos y
complejos, pero en un momento la sociedad hace un ‘click’ y se convierte en un
hecho masivo. Siento que en este momento estamos en un proceso de retroceso por
parte de las nuevas generaciones, que empiezan a sentir muy lejana a la
dictadura. Por eso es importante volver a recrear y contar qué quiere decir el
“Nunca más”, qué son las siluetas, que fue toda esta lucha. Porque a ellos ya
les viene dado, es lógico que se rebelen porque es lo que les corresponde a los
jóvenes pero hay que mostrarles que no está tan dado, que ellos son parte de
esta construcción.
- ¿Cómo creés que
se puede trabajar para revertir este retroceso que observás?
- Primero, como
docente, creo que no hay que enojarse. Ante las preguntas incrédulas -sobre si
pasó o no pasó, sobre si verdaderamente son 30 mil- hay que dar la palabra. Hoy
en día los chicos tienen acceso a publicaciones de todo tipo y no tienen
capacidad para filtrar la validez de esas informaciones. Lo peor que podemos
hacer es enojarnos o decirles que no digan tal o cual cosa. Por el contrario,
creo que hay que darles la palabra, explicarles y dialogar con ellos, darles
elementos para que puedan apropiarse de la historia y saquen sus propias
conclusiones. Ya hay casi 3 generaciones a las que les contamos qué pasó el 24
de Marzo. Las Madres, las Abuelas y los 30 mil desaparecidos empiezan a ser un
relato muy lejano para ellos. Hay que demostrarles que ellos son todavía parte
de esa construcción, de la consolidación de la democracia, de los avances en derechos
humanos; que el proceso no terminó.
- ¿Extrañás la
ciudad de La Plata?
- No, no. La Plata me trae mucho dolor, yo la dejé y no la pude incorporar a mis nuevas realidades. Ahí tengo el dolor de las ausencias. Camino por La Plata y veo las paredes, los lugares… Desaparecidos cercanos tengo muchos más que los chicos de ‘La noche de los lápices’: yo tenía amigos que iban a la Universidad, a mi primo Daniel Mendiburu Eliçabe lo mataron en la casa de la calle 30 -donde secuestraron a Clara Anahí, la nieta de Chicha Mariani-. Son demasiadas las ausencias que tengo en La Plata, es una ciudad que siempre me duele. [El Teclado].
“La noche de los lápices” refiere a la serie de secuestros de estudiantes secundarios ocurridos entre el 16 y el 21 de septiembre de 1976 en la ciudad de La Plata por parte de grupos de tareas que actuaron durante la última dictadura cívico-militar.
Emilce Moler, Pablo Díaz, Gustavo Calotti y Patricia Miranda estuvieron detenidos-desaparecidos y en distintos momentos fueron liberados.
Las y los
estudiantes Claudia Falcone, María Clara Ciocchini, Claudio de Hacha, Francisco
López Muntaner, Horacio Ungaro y Daniel Racero -en cambio- continúan
desaparecidos.