Que todos nos vamos a morir es, quizá, la única certeza que tiene la humanidad.
Miedo, terror, angustia,
tristeza, dolor e incertidumbre son sólo algunos de los sentimientos que produce
la idea de la muerte. Negarla es el más común -y efímero- de los
consuelos.
Aceptar nuestra condición
de finitud, aquella que nos iguala sin importar origen, clase, pertenencia,
género -ni siquiera edad- sea tal vez un acto de resignación pero también de coraje.
Viviana Bilezker
(67) es psicoterapeuta humanista y se vincula a diario con la
muerte. Desde hace más de 3 décadas asiste y acompaña a personas conscientes de
que el fin está cerca.
“Allí donde alguien
está transitando el final de su vida hay una oportunidad extraordinaria de
aprendizaje”, asegura.
En 1992 se sumó a
un grupo de voluntarios que acompañaban a personas con VIH-SIDA, cuando el
virus era altamente letal.
“Ahí me di cuenta
de que no estaba preparada para la tarea, que me faltaban herramientas;
entonces comencé un camino autodidacta para obtener esos recursos”, recuerda
ante la consulta de El Teclado.
Viviana se especializó
en cuidados paliativos y en 2008, junto a otros 3 profesionales, fundó la
asociación El Faro, una organización dedicada a brindar orientación, formación
y asistencia en el final de la vida.
“Nos basamos en un
modelo de contacto profundo con la persona; buscamos crear confianza para que
se pueda ir abriendo, que pueda contar lo que siente (miedo, tristeza, culpa).
No venimos con una agenda propia, tenemos muchos recursos que adaptamos a la
persona. Cada acompañamiento es siempre nuevo”, cuenta.
Desde El Faro
también ofrecen capacitaciones para quienes estén interesados en el proceso de
acompañar la muerte, sin importar si tienen o no formación previa determinada.
“Creemos que el
acompañar tiene que ser una tarea social, una labor que cualquiera pueda
realizar. No puede quedar limitada a equipos profesionales, que siempre son
chicos en número en relación a una comunidad”, dice Viviana, que además coordina
el equipo docente.
-¿Qué implica esto
de no ir “con una agenda propia”?
- Brindamos un
acompañamiento centrado en las necesidades de la persona. Esto se dice fácil
pero implica conocerla, escucharla, hacerle muchas preguntas respecto de quién
es. Uno conoce a alguien en un momento determinado de su vida, pero hay una
biografía detrás, un camino recorrido, un sistema de vínculos. El propósito
último es que cada persona pueda elegir cómo quiere vivir la o las últimas
etapas de su vida: hay quien dirá que quiere estar en su casa, con sus afectos,
sus objetos; hay quien querrá estar en un ámbito sanitario, asegurarse los
cuidados médicos necesarios. Una cosa que aclaramos es que no hacemos terapia,
aunque podemos decir que lo que hacemos tiene efectos terapéuticos. Lo
presentamos como un encuentro en el que se charla y en el que de a poco se van
detectando las necesidades de la persona.
Si de algo está
convencida Viviana es de que vida y muerte no son opuestos. “El verdadero
opuesto a la muerte es el nacimiento”, sostiene.
“Mientras uno vive,
la muerte y el nacimiento están presentes -amplía-. Todos tenemos una fecha de
nacimiento y tendremos una fecha de muerte, y entre esas dos fechas el fenómeno
llamado ‘nacimiento’ y el fenómeno llamado ‘muerte’ -que son parte de la vida-
van apareciendo todo el tiempo”.
“Cada vez que terminamos
una etapa, algo se muere; cada vez que nos separamos de una pareja, algo muere;
cada vez que nos mudamos, algo muere. Y también algo nace”, reflexiona.
“Nacimiento y
muerte siempre están juntos, ésa es nuestra cosmovisión, es lo que se conoce
como cosmovisión no dual”, explica.
Y considera que “nuestra
cultura no admite que lo que empieza, termina. Vivimos en una cultura a la que
le encanta la primavera y no le gusta el invierno; nadie dice ‘feliz día del
invierno’. Pero no existiría la primavera sin el otoño, con todo lo que se cae,
muere y queda sepultado bajo tierra”.
-¿Hay alguna
cultura en la que la idea de la muerte no se viva con angustia?
-Hay culturas
orientales y dentro de los pueblos originarios de Latinoamérica que sostienen
esta visión no dual, lo que no implica ausencia de dolor frente a la muerte.
Aclaro que yo no pretendo que no se sienta, ni eliminar el dolor ni el temor
por la muerte de alguien querido. Esto tengo que aclararlo muy bien porque si
no parece que pretendo anestesiar o eliminar ciertas vivencias. Y para nada. Yo
soy madre, tengo nietos y tengo madre. Si me preguntan respecto a la
posibilidad de que ellos mueran, te firmo sin dudarlo que me va a doler. Lo que
digo es que hay que poner en el horizonte de ese proceso que la muerte es parte
de la vida y tratar de llegar a un lugar de aceptación de la muerte.
Si bien es cierto
que cualquiera puede morirse en cualquier momento, hay una etapa vital en la
cual la cercanía del fin es innegable.
“Hay todo un tabú
en decir que la vejez es la última etapa de la vida porque parece que uno los
estuviera condenando, pero no es más que reconocer que el camino vivido hasta
ese momento invita a prepararse para el final de la vida, esté la persona sana
o no”, dice Viviana.
Entre quienes
solicitan los acompañamientos, hay un alto porcentaje de adultos mayores,
aunque en ocasiones quienes los piden son sus hijos o hijas.
“Muchas personas
mayores necesitan hablar de la muerte, de dónde y cómo quieren morir o de qué
hacer con sus objetos y no se animan. Entonces nosotros vamos acercando esa
inquietud de a poquito a su familia”, cuenta.
Y también están los
adultos más jóvenes que están atravesando una enfermedad grave. “Ahí, con más
razón, incluimos a la familia porque allí donde alguien está transitando el
final de su vida hay un sistema afectado y una oportunidad extraordinaria de
aprendizaje”.
- ¿De aprendizaje
para la persona que va a morir, para su círculo íntimo o para todos?
- Para todos.
Nosotros tratamos de transmitir el mensaje de que esto no es una tragedia; esto
es la vida, esto viene con vivir. Sabemos que es difícil, triste, que hay
sentimientos intensísimos. Tratamos de propiciar que la persona que va a morir
no se sienta sola, se sienta bien tratada y por sobre todas las cosas respetada
en sus verdaderas necesidades.
- Muchas veces, tener
presente a la muerte y nombrarla aparece asociado a trastornos de la salud
mental. ¿Qué pensás de eso?
- Que
lamentablemente patologizamos esos sentimientos. ¿Sabés cuánta gente mayor va
al psiquiatra porque empieza a hablar de la muerte y su familia se asusta? Incluso
muchas veces terminan medicados. Son nada más y nada menos que seres humanos
conscientes de su finitud, que tal vez estén tristes porque saben que se
termina, porque se empiezan a despedir, porque miran a la familia y piensan si
esa será la última vez que los ven. Una persona con 90 años, ¿cómo no se va a
preguntar en las Fiestas de Fin de Año si serán las últimas de su vida?
- En todas las
épocas, la humanidad ha imaginado otros mundos posibles después de la muerte, y
en esto las religiones son quizá el mejor exponente. ¿Creés que hay algo
después de la muerte?
- Intuyo que sí, pero no por ser religiosa porque no me considero religiosa, vengo de una familia judía bastante laica. Intuyo que hay algo que antecede y que sobrevive al cuerpo: la consciencia. Para mí es un territorio insondable, maravilloso, para descubrir. Pero apuesto a eso. [El Teclado].
En Argentina la Ley 26.529 de 2009 y su modificatoria -la 26.742, de 2012- regulan y comunican
cuáles son los derechos del paciente en relación con los profesionales e
instituciones de la salud.
“Esas normas evitan lo que se llama ‘encarnizamiento terapéutico’, ahora más elegantemente llamado ‘obstinación terapéutica’”, dice Viviana.
Se trata, entre otras cosas, de correrse del modelo médico hegemónico que muchas veces insiste en mantener con vida a las personas a cualquier costo. “Pero la realidad es que esas leyes se conocen muy poco”, sostiene la psicoterapeuta.
La Ley popularmente
conocida como “de muerte digna”, establece entre otras cuestiones que “el
paciente tiene derecho a aceptar o rechazar determinadas terapias o
procedimientos médicos o biológicos, con o sin expresión de causa” y que “toda
persona capaz mayor de edad puede disponer directivas anticipadas sobre su
salud, pudiendo consentir o rechazar determinados tratamientos médicos,
preventivos o paliativos”.
“El tema de las
directivas anticipadas es muy interesante, pero cuesta un montón que la gente
las redacte”, explica la directora de El Faro. Y agrega: “Según una encuesta,
el 80% de las personas a las que se les preguntó dónde querían morir contestó que
en su casa, pero lo cierto es que sólo un 20% lo puede llegar a concretar. Esto
sucede porque las personas no comunican con anterioridad a su entorno cómo
quieren transitar el final de vida”.
En el mismo orden, el año pasado el Congreso nacional sancionó la Ley 27.678 de cuidados paliativos, que son aquellos cuidados que abordan el dolor físico, psicológico y espiritual de la persona y que mejoran la calidad de vida de pacientes con enfermedades que amenazan o limitan la vida.
“Ahora hay que implementarla”, señala Viviana sobre esta norma que tiene como objetivo central “asegurar el acceso de los pacientes a las prestaciones integrales sobre cuidados paliativos en sus distintas modalidades, en el ámbito público, privado y de la seguridad social”
“Y ahora tenemos que
ir por el derecho a la muerte médicamente asistida”, destaca.
- ¿Te referís a la
eutanasia?
- Sí, aunque el
concepto de eutanasia levanta mucho prejuicio. Hay mucho miedo a que ‘maten a
alguien sin que lo haya pedido’ o que ‘salgan a matar a los viejitos’ (ésos son
los argumentos que se escuchan en contra). Nosotros preferimos hablar de ‘muerte
médicamente asistida’, porque requiere de la intervención de un profesional de
la medicina.
- ¿Hay proyectos
legislativos sobre el tema?
- En este momento
hay 5 proyectos de Ley en el Congreso que están siendo evaluados en la Comisión
de Salud. El CONICET, por su parte, creó una Comisión para la revisión de los
proyectos e introdujo recomendaciones. La idea es que sea una Ley segura: que
se tomen los recaudos para tener la seguridad de que la persona está con sus
facultades mentales aptas o que realmente está en un estadio terminal, entre
otras cuestiones. Pero que también sea ágil, es decir que una persona no tenga
que esperar un año para que le otorguen ese derecho.