“Tu hijo no tiene
características físicas de discapacidad, no va a necesitar de una acompañante
terapéutica”, le dijeron a Débora Barani, mamá de Bastian (8), con diagnóstico
de autismo, en una de las 37 escuelas que tuvo que recorrer hasta encontrar un
colegio para el nene.
Débora vive en Los
Talas -Berisso- y es referente de la Red de Padres TEA de La Plata, Berisso y Ensenada, una organización de alcance nacional que sólo en la región nuclea a
más de 3 mil familias.
“Los padres de
niños con autismo tenemos que luchar para conseguir una vacante en las
escuelas, ya sean públicas o privadas, o para lograr que a la institución pueda
ingresar un acompañante externo”, cuenta a El Teclado.
Y agrega: “en
algunas escuelas te dicen que no tienen lugar porque el acompañante
supuestamente ocupa una silla más y ellos sólo tienen una vacante, o
directamente te dicen que no tienen Gabinete Psicopedagógico”.
La falta de acceso
al ámbito escolar es sólo uno de los obstáculos con los que se enfrentan los
niños y niñas diagnosticados con el Trastorno del Espectro Autista (TEA), un
grupo de afecciones diversas -entre ellas el Síndrome de Asperger- que se
caracterizan por algún grado de dificultad en la comunicación y la interacción
social.
En lo que puede
llegar a convertirse en un largo peregrinar para ellos y sus familias, también
suelen toparse con la falta de formación en la materia por parte de muchos
profesionales de salud, con desigualdades en el acceso a las terapias y, más
adelante, con trabas para ingresar en el mercado laboral.
“La primera barrera
con la que se encuentran las personas con TEA es la detección temprana debido a
la falta de preparación de los pediatras. En la mayoría de los casos, terminan
siendo los padres quienes observan las señales de alarma”, asegura Débora.
Y recuerda: “con
Bastian recorrimos muchos profesionales, estuvimos 4 años con pruebas y
tratamientos equivocados -me han llegado a decir que tenía leucemia- hasta que
obtuvo su diagnóstico”.
“De chiquito tenía
convulsiones muy frecuentes, no me miraba a los ojos cuando le daba la teta y
manifestaba retraso en el habla. Al crecer, veíamos cómo tampoco se interesaba
por jugar con otros chicos. Pero, por otro lado, a los 3 años ya reconocía las
letras y dibujaba como un chico más grande. Todo lo que a la gente le parecía
excepcional de mi hijo, y me lo destacaba como algo positivo, a mí me hacía
ruido”, explica la referente de la Red que capacita en forma gratuita a
familiares, docentes y comunidad en general.
Y reitera: “yo ya había criado a otra hija, había cuidado mucho a mis hermanos menores y me daba
cuenta de que algo no andaba bien en él. El autismo es una discapaciddad, la de
mayor prevalencia en el mundo, y es invisible”.
En efecto, en su
última publicación sobre la temática, la Organización Mundial de la Salud (OMS)
calcula que “en todo el mundo, 1 de cada 100 niños tiene autismo”, pero añade
que “en algunos estudios bien controlados se han registrado cifras notablemente
mayores”.
Según datos del Ministerio de Salud de la Nación, hay señales a las que las familias deben
prestar atención a partir de los 18 meses de vida del bebé.
Algunas de ellas:
ausencia de respuesta ante el llamado por el propio nombre; falta de contacto
visual; retraso en el desarrollo del habla y del lenguaje; repetición de
palabras, frases y/o movimientos incontrolados del cuerpo; falta de
reciprocidad ante la demostración de los sentimientos de otras personas.
En la práctica son
tantas y tan diversas las señales que a menudo pasan desapercibidas o se confunden con otras
patologías y se tarda en llegar al diagnóstico y, por ende, al tratamiento y
las terapias adecuadas.
“Nosotros
insistimos en que la capacitación en autismo y neurodiversidades tendría que
estar incorporada en la carrera de Pediatría”, señala Adriana Antonelli,
integrante de la Comisión Directiva de la Asociación de Padres de Personas con Autismo (APadeA) de La Plata, Berisso y Ensenada.
Adriana también
tuvo que recorrer varios centros de salud hasta dar con el diagnóstico de su
hija Guillermina (19): Trastorno Generalizado del Desarrollo (TGD), como se lo
llamaba en el año 2006.
Guillermina tuvo una evolución considerada normal hasta cerca de sus 2 años y los médicos no le
encontraban nada llamativo en cuanto al aspecto físico. “Saludaba con la
manito; gateó, se paró y caminó en las edades previstas”, cuenta su mamá a El
Teclado.
“Pero poco antes de
cumplir los 2 años empezó a manifestar problemas en el sueño, hasta que llegó
un momento en el que prácticamente no dormía en toda la noche. Y por momentos sentíamos que
tampoco nos escuchaba”, agrega.
Adriana considera
que “hoy el TEA está mucho más difundido gracias a las organizaciones de padres
y los equipos de profesionales muy específicos, pero todavía hay mucho desconocimiento”.
APadea -que
constituye una asociación civil desde 2007 pero que trabaja en la temática
desde mucho antes- tiene equipo propio y es prestadora del Programa TEA de IOMA y de obras sociales nacionales.
La organización
acerca asimismo sus capacitaciones a los jardines de infantes y centros de
salud que lo requieren. “Agradecemos el llamado y celebramos la motivación de
la directora que nos convoca pero esto tendría que ser algo orgánico y
brindarse desde el Estado”, sostiene.
Según la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP), “los trastornos del espectro autista
(TEA) son condiciones que afectan el desarrollo cerebral temprano, es decir,
desde que el bebé está en el útero”, que “se manifiestan antes de los 3 años
con dificultades en la comunicación, la interacción social y la conducta. Son
trastornos que se presentan de formas diferentes en cada persona”.
La ciencia desconoce
todavía las causas del TEA pero sí sospecha que hay una predisposición genética
y que además influyen otros factores, como los ambientales.
La SAP explica que
“una de las características del cerebro y el sistema nervioso es la llamada
‘neuroplasticidad’. Cuanto más pequeño es un niño, mayor capacidad de aprender
o de reparar un daño tiene, porque la plasticidad de su cerebro es mayor. Hay
investigaciones que demuestran que cuanto antes se identifique una alteración
en el neurodesarrollo de un niño, más posibilidades existen de mejorar su
evolución y pronóstico”.
Vinculado a esto,
Adriana Antonelli habla de los “apoyos” que podrán, o no, necesitar las
personas con autismo a lo largo de su vida y expone que “el Manual de
Diagnóstico de Enfermedades Psiquiátricas, que es el DSM 5 -por sus siglas en
inglés-, establece 3 niveles de apoyo: un nivel 3 para quien requiere de apoyo
sustancial para desempeñarse en su vida cotidiana y un nivel 1 para quien requiere de
apoyos mínimos”.
“El TEA -continúa-
incluye a personas autistas con discapacidad intelectual profunda y desafíos
importantes en todas las áreas; con una leve discapacidad intelectual y con
coeficiente intelectual normal o superior a la media que sólo tienen
dificultades en la interacción social y el procesamiento sensorial”.
“Estas dos últimas
dificultades son comunes en todo el espectro”, dice y especifica que “cuando
uno ve a una persona, ya se da cuenta si está enojada o contenta por sus
expresiones y su tono de voz. Pero a las personas con autismo les cuesta esa
lectura empática de cómo se encuentra el otro”.
“No es que no
quieran tener amigos, es que les cuesta, por eso hay que ayudarlos en esas
situaciones”, señala la referente de APadea y remarca que “el objetivo de las
terapias no es ‘desautistizar’ a la persona, sino brindarle las herramientas
para que pueda comunicarse, para que aprenda habilidades sociales y a reconocer
sus propias emociones y, de esta manera, poder expresarlas”.
En este marco, se
explaya sobre la importancia de contar con un acompañante terapéutico -cuya
cobertura está contemplada en el Programa Médico Obligatorio- aunque asegura
que muchas veces a las familias se les complica dar con un profesional de estas
características porque “las obras sociales, sobre todo las nacionales, pagan muy poco o pagan tarde”.
Finalmente, la
representante de APadeA menciona las desigualdades sociales y económicas que
esto acarrea ya que “la familia que tiene la plata puede abonar un adelanto al
acompañante externo hasta que la obra social le pague, pero hay otras para las cuales
eso resulta imposible. Entonces siempre terminan perjudicados los más
vulnerables de los vulnerables”.
Cuando el niño o niña con TEA crece, en general
aparece otra problemática: el acceso al mercado de trabajo.
“En nuestro país no se cumple con el cupo
laboral del 4% para personas con discapacidad -establecido en la Ley 22.431-, así que los padres
terminan armando cooperativas para que los chicos realicen alguna actividad,
como la venta de bolsas para residuos”, dice Débora Barani.
Y remarca: “las
personas con discapacidad tienen derecho a estudiar, a realizar algún deporte,
a trabajar, a divertirse, salir a bailar o a tomar una cerveza, como cualquier
otra”.
La representante de la Red considera finalmente que, más allá de las dificultades para el acceso al sistema escolar y al laboral para las personas con TEA en particular, “la discriminación social es general hacia todas las personas que tienen alguna discapacidad”. [El Teclado].
Ley nacional 27.043 sancionada por el Congreso en noviembre de
2014 declara de Interés Nacional el Abordaje Integral e Interdisciplinario de
las Personas que presentan Trastornos del Espectro Autista (TEA).
Entre otras
cuestiones, esa norma establece la incorporación, en el Programa Médico
Obligatorio (PMO), de “las prestaciones necesarias para la pesquisa, detección
temprana, diagnóstico y tratamiento de los Trastornos del Espectro Autista
(TEA)”.