“Yo había recaído
tres veces y cada vez estaba peor. Me salvó el amor de madre y mi sentido de
supervivencia”. La mujer que lo dice se llama Sandra Álvarez, vive en Mar del
Plata, tiene 55 años y hace 13 que no consume drogas. “Estoy limpia”, asegura.
En 2012, mientras
se recuperaba de su adicción, fundó Proyecto Vida Digna, un centro de día e internación para
rehabilitación que fue creciendo y que hoy brinda, además de contención y
atención psicológica y psiquiátrica, distintos espacios de aprendizaje y
formación para personas con adicción a las drogas. Entre otras, ofrece la
posibilidad de realizar estudios primarios y secundarios y de participar de
distintos talleres y oficios, como la fabricación de carpinterías de aluminio.
Actualmente son
entre 70 y 80 las familias que están en contacto semanal con la ONG.
Del proyecto
participan diferentes profesionales de la salud y servicios sociales pero
también chicos en recuperación que regresan para ayudar a otras personas,
cualquiera sea su edad. “El adicto de por sí es muy desconfiado y se comunica
mejor con un compañero que con un psicólogo”, dice Sandra.
Su relación con las
adicciones es de larga data. “Mi mamá tiene 73 años y hace 36 años que está en
recuperación del alcoholismo. Yo me convertí en adicta a las drogas hace más de
30 años pero el próximo 1º de mayo voy a cumplir 13 años limpia. Tengo un hijo
fallecido por las drogas y otro que está tratando de salir adelante, que está
haciendo lo mejor que puede”, cuenta a El Teclado.
Sandra tiene dos
hijas más y es una militante activa de ‘Madres Territoriales’, la agrupación de mujeres unidas contra la
drogadicción que tiene referentes en todo el país. Desde allí reclama por la
sanción de una Ley de Adicciones que contemple a esta problemática específica,
separada de la actual legislación argentina en materia de Salud Mental.
“La Ley de Salud Mental ya tiene más de 10 años y no da resultados.
Esa norma sostiene que el adicto tiene que elegir si quiere o no internarse.
Eso lleva a que los chicos lleguen en un estado de salud muy precario, porque
la droga te atrapa. Yo no dejé de consumir porque me dejara de gustar, yo dejé
de consumir porque me estaba muriendo”, asegura.
Sandra se refiere
específicamente el artículo 20 de la Ley aprobada en 2010 que establece que “la
internación involuntaria de una persona debe concebirse como recurso terapéutico
excepcional en caso de que no sean posibles los abordajes ambulatorios, y sólo
podrá realizarse cuando a criterio del equipo de salud mediare situación de
riesgo cierto e inminente para sí o para terceros”.
"Fue muy pobre la defensa de la Ley que hicieron los diputados”, considera sobre ese encuentro. Y agrega: “Lo único que dicen es que no funciona por falta de dinero. Yo creo que desconocer que esa Ley no se puede aplicar en Argentina es no haber caminado los barrios, no estar en contacto con la gente, no escuchar a las madres”.
Y relata lo que muchas mamás de adolescentes y jóvenes adictos viven con frecuencia: “cuando queremos internar a nuestros hijos nos tratan de locas. A mi me pasó: mi hijo pedía llorando que lo internaran porque, si no, se iba a matar y las dos señoritas de la institución sanitaria que estaban ahí lo trataban de convencer de que hiciera un tratamiento ambulatorio. Yo tuve suerte y este hijo está vivo, pero no tiene que ser una cuestión de suerte”.
“Yo misma tuve el
despertar espiritual de salir adelante pero eso no le pasa a todos, la mayoría
no puede elegir”, sostiene y cuenta: “tengo una hija de 15 años. Cuando era
chiquita necesitaba de mi atención y yo no la estaba atendiendo, así que impulsada
por el amor de madre y por mi sentido de supervivencia decidí empezar mi
recuperación”.
“Si les das la
oportunidad de pasar 3 meses limpia, sin drogas en el cuerpo, las personas
pueden tratar de elegir, pero cuando están consumiendo la que elige es la
droga, y la droga va a elegir más droga”, resalta la fundadora de la ONG.
- ¿Cómo fue el
surgimiento de la organización?
- La idea apareció
cuando dejé de consumir. El objetivo inicial no era internar chicos sino que
fuera un lugar en el que tuvieran talleres porque, cuando querés dejar de tomar,
estar afuera se hace muy difícil. Para dejar verdaderamente, tenés que aislarte
de todos porque te convidan, te tentás y volvés a caer. Bueno, cuando dejé de
consumir empecé a dar grupos de autoayuda en la Unidad Penal y el Centro
Cerrado de Menores. Allí construimos una cocina para que los chicos pudieran
estudiar cocina. Ahí también conocí a un jefe penitenciario de muy buen
corazón, pasé por el edificio que estaba en alquiler y sus dueños -Alicia y Gustavo, que ya son como de mi familia- me
lo dieron por un año, hasta que pudiera pagar el alquiler. Empezamos con una
cama, una silla y una cocina medio rota. Al principio no teníamos ayuda de
ningún lado. Se habló con las familias de los chicos que empezaron a venir y se
comenzó a cobrar una cuota con la que financiamos los alimentos, pagamos a los
profesionales y costeamos los servicios y arreglos que hay que hacer.
- ¿En qué
instancia está el reclamo por una nueva Ley de Salud Mental?
- Estamos peleando.
El debate está abierto y eso es bueno. En la Cámara de Diputados, al menos,
pudimos hablar y pedirles que nos incluyan porque somos nosotras, las madres,
las que nos estamos abrazando entre nosotras y llevando adelante la
problemática en los barrios. Somos nosotras las que estamos al teléfono con las
otras madres desesperadas, llorando: ‘Estoy en la puerta del Hospital Regional,
lo tuvieron que descolgar. Se colgó de un árbol porque no quería vivir más’.
Esos son los relatos. Y esas madres no tienen un subsidio para poder asistir a
sus hijos: ellas no duermen durante toda la noche porque el chico está
drogándose dentro de la casa y al otro día tienen que ir a trabajar igual. Y
cuando vuelven se encuentran con que les vendieron la mesa, la ropa o la cocina
para comprar más drogas.
- Es clara la
incidencia de la droga en muchos delitos…
- Por supuesto que sí. En Mar del Plata tuvimos en los últimos años dos casos muy importantes en los que no se le dio importancia a la cuestión de la droga: un chico mató al padre de un martillazo y, cuando se dio cuenta de lo que había hecho, se suicidó chocando el auto contra un camión. Otro joven adicto mató a la madre y al abuelo e hirió a la abuela. Eso queda como que son brotes psicóticos y nadie se pregunta por qué ese chico tuvo un brote psicótico. Si no se hubiera drogado, no hubiera matado a nadie. No entiendo cómo a nadie del Ministerio de Salud se le ocurrió hacer un índice donde se vincule la droga con los delitos. Yo armé uno con las unidades penitenciarias de acá y me da que el 90% de los chicos que están en las cárceles son adictos. Por eso estamos haciendo un trabajo muy fuerte con la parte de Justicia Penal terapéutica.
- ¿En qué
consiste ese trabajo?
- Se trata
básicamente de pedirle al juez que cuando se comprueba que un joven adicto está
detenido por robo, le otorgue una morigeración. Entonces en vez de cumplir
condena dentro de una Unidad Penal, la tiene que cumplir dentro de una
institución como la nuestra, con pulsera de monitoreo electrónico pero con un
tratamiento en adicciones para que cuando salga en libertad lo haga con
principios y valores que en la cárcel no va a conseguir.
- ¿Se sabe cuál
es la edad promedio de inicio del consumo?
- Los chicos están empezando a consumir a los 8 años. Nosotros hicimos un pequeño índice: de 100 chicos, 87 empezaron consumiendo marihuana. Pero socialmente parece que la marihuana no hace nada. Y para cuando los padres se enteran de que el hijo está fumando marihuana, ya está fumando pipa y cocinando cocaína. La marihuana es una droga y es más peligrosa que lo que nos quieren hacer creer: distorsiona la realidad, no se distinguen las distancias, no estás con plena consciencia, y eso está comprobado científicamente. Pero bueno, están educando a los chicos para que se droguen porque si están drogados son manejables y no pueden decidir bien. [El Teclado].