*Por Gastón Landi
"La política que no hace política": un oxímoron que resuena en el eco de un hartazgo popular que se estrella contra la inercia del poder local. En un año marcado por la irrupción de un outsider y el clamor por un cambio profundo, se hizo evidente la profunda desconexión entre el sentir de una sociedad exhausta y la realidad política.
Las estructuras tradicionales resistieron. Sin embargo, esta aparente victoria debería haber sido una llamada de atención, una señal de que el modelo político imperante necesitaba una profunda revisión. Lejos de aprender la lección, los políticos locales se enfrascaron en un espectáculo de disputas vacías, tapando la falta de gestión que cada vez se nota más. Mientras tanto, la inseguridad crece, las calles se deterioran y la periferia se hunde en el abandono. Este comportamiento, agrava la desconexión con la ciudadanía, que observa con frustración cómo sus problemas son ignorados en pos de disputas políticas inútiles.
Mientras la política tradicional se enfrasca en debates infructuosos y luchas de poder, la realidad golpea con crudeza en las calles: inseguridad desbordada, calles rotas que son trampas mortales, periferias olvidadas donde la suciedad y el abandono son moneda corriente. Esta desconexión entre el discurso político y la vida cotidiana alimenta un hartazgo que trasciende ideologías, reforzando el mensaje antipolítico que tanto se pretende combatir. La inacción de quienes deberían representar los intereses del pueblo valida la idea de que 'todos son iguales', de que la política es un juego ajeno a las necesidades reales.
La obsesión por combatir al nuevo gobierno ha llevado a la política tradicional a descuidar sus responsabilidades fundamentales. Los líderes, en lugar de buscar soluciones concretas a los problemas de la gente, se enredan en discusiones abstractas y estrategias de oposición que no resuenan con la ciudadanía. Esta falta de respuestas concretas a los problemas de la gente valida el discurso antipolítico, incluso entre aquellos que inicialmente lo rechazaban. La inacción de la política tradicional alimenta la idea de que 'todos son iguales' y que no representan los intereses del pueblo.
Las consecuencias son alarmantes: aumento de la desconfianza en las instituciones políticas, riesgo de polarización extrema y fragmentación social, y debilitamiento de la democracia y la participación ciudadana. Ejemplos concretos sobran: la falta de patrullaje policial en barrios periféricos, el abandono de espacios públicos que se convierten en focos de inseguridad, la burocracia que impide la resolución de problemas básicos como la reparación de calles o la recolección de basura.
La política tradicional, en su desconexión, ha creado un vacío que está siendo llenado por el discurso antipolítico. La gente, cansada de promesas incumplidas y de líderes que parecen vivir en una realidad paralela, busca alternativas que resuenen con sus necesidades y frustraciones.
¿Hasta cuándo permitiremos que la política se aleje de la gente, mientras la ciudad se desmorona a nuestro alrededor? Es hora de que los líderes políticos locales despierten y reconecten con la realidad. Deben abandonar las viejas prácticas, el espectáculo de disputas vacías y la retórica inútil, y enfocarse en soluciones concretas a los problemas que aquejan a la ciudadanía. Solo así podrán recuperar la confianza perdida y demostrar que la política, cuando se hace bien, puede ser una herramienta poderosa para transformar la sociedad."
*Estudiante de Ciencias Políticas y filósofo.