Las últimas dos semanas de incertidumbre económica volvieron a poner a la cuestión social en el centro de la escena argentina. Los datos del INDEC son precisos: aumento de la pobreza, del desempleo, del trabajo informal, crisis en el sector productivo, inflación. Una realidad acuciante inundó las portadas de diarios y medios digitales: la pobreza volvió a crecer en este último semestre al 29,5 % y en el gran Buenos Aires el 63.7 % de los niños vive en casas sin cloacas ni agua potable; el 54.2 % son pobres y un 37.7 % depende de los comedores escolares para alimentarse diariamente [de acuerdo al Informe realizado por Observatorio de la Deuda Social de la UCA y la Defensoría del Pueblo de la provincia de Buenos Aires].
Ante este panorama aciago, que durará al menos seis meses en los diagnósticos optimistas, el Gobierno provincial anunció un refuerzo de partidas para comedores y asistencia social. Sin embargo, todavía falta un mensaje claro de articulación de esa ayuda.
En principio hoy la provincia tiene dos dispositivos al alcance de la mano. El más extendido, las escuelas; los comedores escolares son hoy una garantía. Si un chico necesita comer y va a la escuela, tenemos posibilidades de brindarle alimentación. Son 1.800.000 los niños y jóvenes que hoy reciben algún tipo de apoyo alimentario a través de la escuela. Necesitamos asegurar ese beneficio y darle calidad. Es muy difícil para los directivos y docentes hacer su trabajo si sus alumnos pasan hambre. Estimamos que el impacto de la recesión exigirá aumentar al menos en un 25% el cupo de los comedores. Pero también habrá que garantizar la comida los fines de semana y durante el receso estival. Hay que coordinar allí con los sindicatos y las iglesias, comedores populares, organizaciones sociales, ellos pueden contener la crisis. Su presencia en los barrios es indispensable.
Por otro lado, los clubes de barrio son otro pilar: actividades artísticas, deportivas, sociales, son claves para que los niños y jóvenes no caigan en la marginalidad. Las drogas atacan cuando somos más vulnerables. En su reciente visita a la Argentina, Magret Goumundtsdottir, especialista islandesa en la lucha contra las adicciones en los jóvenes y coordinadora del Programa Juventud en Islandia, puso de relieve la importancia de los deportes y la articulación con clubes locales para alejar de ese peligro a las nuevas generaciones. Con estudios cualitativos de consumo y seguimiento de familias, en Islandia consiguieron bajar el consumo de alcohol y drogas de manera significativa; sólo un 5 % de los jóvenes entre 13 y 16 años dice haber consumido alcohol o drogas en Islandia contra un promedio de 35 % de América Latina. Ahora bien, para que los clubes de barrio cumplan con su cometido deben estar abiertos. Y para eso necesitan apoyo, los aumentos de las tarifas (gas, luz, agua), hacen cada día más difícil sostenerlos. El Gobierno debiera contemplarlos en este esquema de contención social ante la crisis y sería un error grave castigarlos con el ajuste tarifario.
Cada día que un chico sale de la escuela y va a un club a practicar un deporte, a realizar una actividad artística, a encontrarse con sus amigos y profesores en un ambiente sano, es un paso adelante en la lucha contra la pobreza y la marginación. Las familias son fundamentales, pero el Estado debe acompañarlas, no para ocupar su lugar ni quitarles su responsabilidad, pero si para colaborar en una batalla que hoy es cada día más dura. Cada grano de arena hace la montaña y articular la solidaridad social con las políticas públicas es una de las claves del futuro.
Luciano Sanguinetti es miembro del equipo de educacion del Frente Renovador y concejal de La Plata.
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