A cinco años del Ni Una Menos: apuntes sobre el antes y después del día que rompimos silencio
Se cumplen cinco años del primer #NiUnaMenos, aquella movilización histórica que no sólo nos mancomunó en un grito transversal y visceral de hartazgo, sino que desembocó en que muchas de las que veníamos coqueteando con el feminismo desde los bordes, tal vez tímidamente, nos zambulléramos por completo en el la agenda de las causas y luchas del movimiento de mujeres y diversidades sexuales.
Es evidente que la trama de violencias, sometimiento y desigualdad que nos oprime precede largamente a ese 3 de junio de 2015, pero en ese momento nos explotó en la cara como una verdad imposible de ignorar. El femicidio de Chiara Páez, de 14 años, evidenció con brutalidad una realidad dolorosa que nos sacudió por completo. Nos encontramos en ochenta ciudades de todo el país. Irrumpimos en la calle para transformar la impotencia en potencia y acción, en un poder popular, plural y colectivo. Como si -sin decirlo- hubiésemos dicho: 'Es de acá para adelante' y 'es juntas'.
Y lo fue, porque nuestras discusiones y prioridades no volvieron a ser las mismas.
Desde entonces, vinieron muchas otras plazas: plazas contra los femicidios y la (in)justicia patriarcal, plazas de pañuelos verdes, de triunfos y derrotas; plazas de huelga feminista, plazas de glitter y abrazos con amigas, plazas para encender fuegos de conciencia y liberación.
Bajo el inmenso paraguas de aquel #NiUnaMenos fundacional -cimentado en las redes que tejieron por décadas las feministas pioneras de Argentina y Lationoamérica- se abrió todo un universo de demandas, declamaciones y denuncias que nos sacaron del closet del silencio para siempre.
Las consignas se expandieron, se resignificaron: ya no sólo gritamos basta de femicidios y transfemicidios, ya no sólo exigimos el cese de la violencia machista, también nos rebelamos a que nos acosen y nos humillen, a que la maternidad sea una imposición, un destino irrenunciable. Nos rebelamos a que menosprecien nuestros saberes, a que nos infantilicen, a que nos digan cómo vivir o qué desear. Nos rebelamos a que nos maltraten verbal, mediática, económica, laboral y sistemáticamente. Nos hartamos.
Cinco años después las conquistas son muchas, pero el camino por delante es complejo y está repleto de desafíos. Es que, aunque la conciencia social crece, las cifras escuecen y alarman. Desde el 2015 hasta ahora, 1500 mujeres fueron asesinadas en nuestro país. Argentina registra un femicidio cada 30 horas. Ahora mismo, miles de mujeres y disidencias pasan el aislamiento obligatorio en contextos de violencia, atrapadas con sus agresores.
Por eso no hay margen para pausar la lucha ni un solo segundo. Transformar la realidad es tan urgente como impostergable. Si aprendimos a fuerza de roles y estereotipos patriarcales de dominación y ataduras, desaprendámoslo todo, esta vez bajo el paradigma de la igualdad, la sororidad y una multitplicidad de formas de habitar el mundo. El momento es ahora. Debemos seguir gritando por todas las que ya no pueden hacerlo. Debemos seguir desterrando mandatos y prejuicios, exorcizando culpas. Debemos seguir agitando nuestros pañuelos verdes, cultivando una visión menos juiciosa de nuestros cuerpos, celebrando la diversidad de nuestras existencias y deseos, creyendo en nuestra voz.
Porque cada vez que intentan callarnos, florecemos y hacemos estallar el silencio.
Salimos de las hogueras y de las torres donde nos encerraron.
Somos la rabia
Somos el fuego
Vivas nos queremos.
[El Teclado]