Entro a twitter y la palabra Ofelia es tendencia. Esto ocurre cada vez con más asiduidad: unos pocos días atrás, el nombre de la legisladora ya había sido mencionado miles de veces en una catarata de insultos, amenazas y agravios, luego de que escribiera una crítica a las marchas anti cuarentena y, a su vez, una defensa a los periodistas agredidos en esa protesta. Su posición le valió una serie de ofensas que alcanzaron límites peligrosos e inadmisibles. "Date una vuelta por la marcha, gorda, así te subimos al Falcon", le escribió un joven que luego borró el mensaje.
Ahora, buceando en la red social del pajarito, me encuentro con que Ofelia Fernández volvió a ser víctima de una agresión virtual mientras participaba de una videoconferencia con estudiantes universitarios. Ocurrió en la tarde del martes, durante un ciclo de charlas del Club de Política de la Universidad Torcuato Di Tella, cuando varios alumnos la insultaron por algunos minutos. Ante las reiteradas faltas de respeto, las autoridades de la institución decidieron finalizar la videollamada y le pidieron disculpas a la legisladora porteña del Frente de Todos.
Insisto: cada vez es más frecuente que Ofelia sea arrobada entre insultos, intimidaciones y difamaciones. La acusan de inexperta, le piden que done su sueldo, cuestionan sus gustos y consumos, su forma de hablar, se burlan de su apariencia física. Y me pregunto, entonces, ¿por qué tanto ensañamiento? ¿por qué contra ella? ¿por qué Ofelia y no otra u otro es el blanco de tanto odio, de tanta malicia, de una rabia sistemática y descarnada?
La respuesta viene casi automáticamente a mi cabeza: la atacan porque Ofelia es joven, porque es militante y porque es mujer. Porque dice lo que piensa con claridad; en voz alta y sin eufemismos. Porque habla de la problemática del aborto clandestino, porque encabezó la toma de un colegio, porque usa lenguaje inclusivo, porque utiliza sus redes para darle voz a las víctimas de violencia machista, porque es la legisladora más joven del continente y, aun así, no le teme a mostrarse humana y se divierte con sus amigos y amigas en las redes sociales. Por todo eso les da rabia.
Repito: la odian porque es joven, es militante y es mujer. Porque detrás de Ofelia se agita todo aquello que los incomoda y los irrita: la convicción en la política como herramienta de trasformación, el empuje de las pibas en la gesta de los feminismos, la lucha estudiantil, la irreverencia de la juventud y la voz de una mujer lúcida, clara y desafiante.
No se explica de otra forma la obsesión de miles por cada cosa que Ofelia hace y dice, la requisa permanente en sus actitudes, sus fotos, su vida pública y privada. No soportan, siquiera, que reciba un salario como cualquier otro legislador o legisladora del país. La mayoría de la población desconoce cuál es la remuneración promedio de un diputado en Argentina, pero con Ofelia es distinto: saben cuál es su sueldo, centavo por centavo, y le exigen – sí, se lo exigen- que lo done a las causas que apoya.
Podemos discutir si la paga que perciben diputados y senadores es desmedida. Tal vez la respuesta sea que sí, que ganan demasiado comparado con cualquier otro trabajador, pero, en ese caso, ¿no habría entonces que demandarles a todos y cada uno que destinen ese dinero a construir escuelas, equipar hospitales o cualquier otro fin de utilidad para la sociedad toda? Otra vez: ¿por qué a Ofelia?
Para desautorizarla se sirven de un argumento falaz, el ad hominem, que implica atacar al individuo para desacreditarlo y evitar así dirimir lo que ciertamente importa: sus postulados o ideas. Buscan menoscabar a Ofelia discutiendo con su persona y no con sus argumentos: se meten con su edad, con su estatura, con su peso, sus ingresos y/o con cualquier otra característica de su vida, pero son pocos –casi ninguno- los que discuten sus ideas. Buscan, a cambio, descalificar de antemano su persona para clausurar el análisis de los proyectos que presenta en el recinto o las causas que defiende.
Esta falacia funciona de forma muy eficaz: atacar a la persona en vez de analizar sus postulados sirve para generar consenso sobre ese alguien. En el caso de Ofelia, buscan instalar la imagen de una joven inexperta, combativa y despreocupada, que usa su sueldo de legisladora para irse de fiesta con sus amigos.
Y sí, es cierto que Ofelia sale a bailar con sus pares y lo muestra, pero, ¿eso cambiaría en algo su capacidad, su inteligencia, su compromiso con su lugar como diputada? ¿Acaso el resto de los y las legisladores de CABA nunca salieron de noche, nunca tomaron una cerveza con sus amigos? ¿Ser joven y divertirse hace de Ofelia o cualquier otra una persona menos capaz para desempeñar una función?
Si la memoria no me falla, muchos vestidos de traje y corbata, correctos, parcos y modositos, provocaron catástrofes políticas y financieras con consecuencias gravísimas para toda la sociedad. Sobre ninguno supe su edad o si bailaba con sus amigos. Tampoco me importó.
Además, ¿acaso todos los que trabajamos no tenemos una vida privada, una forma de vestir, reuniones sociales, miserias, libros preferidos, canciones que nos gustan, familia, amigos? ¿Eso determina nuestra capacidad o nuestra responsabilidad? ¿Eso nos define? ¿Por qué se lo achacan a Ofelia? ¿Por qué ponen bajo la lupa cada centímetro de lo que es y hace incluso desde antes de que jurara su cargo?
Cuando atacan a Ofelia, atacan lo que ella representa y, por decatanción, atacan a una mujer que dice lo que piensa. Lo hicieron siempre con todas las que fueron inaugurales en algún aspecto: con las Madres y Abuelas –a quienes llamaron locas por animarse a salir de la pasividad del hogar y encarar activa y firmemente la búsqueda de sus hijos, hijas y nietxs-; lo hicieron con Eva Perón –la pintada “viva el cáncer” resume lo más brutal y canallezco de ese odio-; lo hacen con Cristina Fernández de Kirchner, primera presidenta mujer en Argentina y blanco de cientos de agravios y persecución mediática -por caso, en las últimas horas, un el comunicador cordobés y dirigente del partido de José Luis Espert le dijo “no vas a salir viva de este estallido social”-; y lo hacen también con Ofelia, la legisladora más joven de América Latina. Porque lo que detestan, lo que de verdad les quema, es que una mujer sea referente; que tenga poder, que sea ambiciosa y desafiante, que rompa la norma, que tome por asalto la escena pública y todos aquellos lugares que, históricamente, estuvieron ocupados por varones.
Pero la historia está cambiando. El futuro llego hace rato. Le pese a quien le pese, Ofelia es el emergente de un movimiento en el que muchas -y muches- empujan y ponen el cuerpo, el tiempo, las discusiones y las ideas para cambiar esta sociedad para pocos. Las jóvenes, nietas de brujas, hijas del Ni Una Menos, están en la trinchera de la lucha para desaprender mandatos de culpa y dolor.
Dijo Ofelia una vez, y no se equivoca, que la realidad es lo único que está en disputa para siempre. Es cierto.
También dijo que era la primera pero no la última de los y las jóvenes en llegar a la legislatura o a cualquier otro lugar de responsabilidad. Y como la utopía siempre está en el horizonte –y la realidad en disputa- hacía allí caminamos.